CICLOTURISMO EN TAILANDIA
PEDALEANDO TAILANDIA 2

En Tailandia pedalear es todo un lujo comparado con Malasia. El tráfico es mucho menor y los conductores son más respetuosos. Aún así, Bangkok es una ciudad de, creo, quince millones de habitantes. Supuse que durante muchos kilómetros antes iba a haber bastante tráfico y lo que ello conlleva: ruido, humos, confusión, semáforos mil… Decidí acceder a ella en tren desde la última gran ciudad antes de Bangkok, Phetchaburi. La cual está situada a aproximadamente cien kilómetros de la capital y a la que llegué desde Cha-am, una localidad costera a unos 45 kilómetros.

Al ser la etapa tan corta, me dio tiempo antes de coger el tren de ver un precioso templo situado en un privilegiado espacio natural, Tham Khao Luang.
El estado de las carreteras en Tailandia es bueno, lo que desgraciadamente no ayuda es la señalización, que a veces es inexistente. Todas tienen su número correspondiente en el mapa, el cual muy pocas veces está especificado en la propia carretera. Otras, incluso estando especificado, no coincide con el de los mapas. Se podría decir que el país es un «pelín» desordenado.


Para minimizar el problema de la señalización en thai, me animé a estudiar su vocabulario, pero no es tan sencillo. El vocabulario thai consta de cuarenta y cuatro consonantes, veintisiete vocales, veinticuatro diptongos y tres triptongos, ahí es nada. Si el nombre de la señal a leer es largo, directamente lo doy por imposible. Para cuando paso la señal, es probable que no haya sido capaz de identificar más que alguna letra. Quizá ni siquiera haya sido capaz de leer una sola sílaba.
Si el nombre es corto, en un alarde de rapidez mental y suerte con las letras, tal vez lo identifique, pero es poco probable. Mi gran baza son los mojones de carretera. Estos están siempre escritos en thai, y además marcan la distancia kilométrica. Cuando veo uno nuevo intento identificar la primera sílaba, y quizá hacer un reconocimiento general del resto de las letras. Tengo muy poco tiempo, ya que estoy en movimiento y al ser las letras pequeñas desde que se pueden leer hasta que paso de largo, son muy poquitos segundos. Lo bueno de esto es que un kilómetro más adelante tendré otro mojón con exactamente la misma información. Cuando consigo reconocer un nombre entero, me siento el Sekspir de las letras tailandesas. Y así, por el camino, yo me entretengo.

Subiendo por el istmo de Kra hay una cosa que me perjudica pero que me va a hacer más fuerte para las etapas de montaña, que llegarán más adelante: el viento. Casi siempre sopla del norte, o sea, de cara.
En una etapa, que consideré la más dura de lo que hasta ahora he recorrido, el viento sopló racheado durante los últimos treinta kilómetros que recorrí, hasta el punto que en una de esas rachas, el viento me dejó literalmente parado. Tan eficaz como unos buenos frenos.

Ese día llegué a Ranong para coger el ferri a la totalmente recomendable isla de Koh Phayam. Los primeros setenta kilómetros, fueron de un constante sube y baja, el típico rompe-piernas. Una vez en la isla, todavía recorrería casi veinte kilómetros más. Allí estuve seis días alimentando a los mosquitos y a las moscas de playa, las temidas sand flies. Durante dos noches dormí en un colchón con chinches -por primera vez en mi vida-. Incluso otras dos noches, una rata que conseguí ver pero no patear, intentó sin éxito acceder a mis provisiones de cacahuetes y uvas pasas.

La isla es preciosa a pesar de estar infectada de turistas -sobre todo franceses e italianos -. Estos no son tan molestos como las moscas de arena. Todas las tardes-noches me acercaba a darme el último baño del día a un bar-restaurante y ya, de paso, cenar allí. El primer día conocí a una cuadrilla de italianos y holandeses a quienes gustaba fumar la pipa de la paz… así pues, volando voy.
En el Istmo de Kra es muy fácil orientarse. A la derecha está la costa, a la izquierda la vía del tren y la autopista. Me movía sin mapa, siempre lo más cerca del mar que podía. Casi siempre por carreteras muy poco transitadas en las que incluso en algunas había carril-bici!

También tengo que decir que el moverse así conlleva riesgos. Más de una y de siete veces tuve que desandar lo andado porque la carretera pasaba a ser camino, el camino sendero y el sendero se esfumaba. Otras veces aparecía en lugares mágicos donde si allí hubo alguna vez un turista, debió andar tan perdido como yo.


Intento cada día, pero sobre todo los que cojo la bicicleta, de dar gracias al buda -o al Macario– que llevo dentro por tener la salud y fuerza necesarias para realizar este viaje en bicicleta y la solvencia económica suficiente para poder llevarlo a cabo. Duermo casi siempre en los lugares más económicos, y si todos los días no se puede comer pescado porque en ese lugar el precio es prohibitivo, me como un arroz o unos noodles fritos con verdura, o una sopa de noodles acompañado con una cervecita y lo remato con un helado, y me siento el ser más privilegiado de la tierra.

En la carretera no todo el asfalto es orégano. Las motos sin tubo de escape y los camiones que suenan como aviones, me molestan sobremanera. Siempre que se cruza uno de estos, o me adelanta, me tapo el oído correspondiente, que casualmente es siempre el derecho. Aunque a veces, sobre todo las motos, me pillan desprevenido, y la paz interior que venía acumulando durante kilómetros se me cae a los pedales.

Otra cosa bastante molesta es el olor de los animales muertos. En las zonas rurales, o sea, en casi todas las zonas, los animales que saltan a la carretera son a veces atropellados. En las zonas urbanas suelen ser perros y gatos. Lo curioso de esto, es que a veces yacen hechos un guiñapo en frente de un grupo de casas dispersas por el camino, que son muchas, o en una cuneta enfrente de estas. Lo increíble es que no sean capaces de recogerlos y enterrarlos, aunque sea solamente por el hecho de no aguantar durante días la desagradable peste que expele un animal muerto. Cuando el susodicho lleva días y días, se llega a convertir en una calcamonía en el asfalto.
Siempre que veo algo largo y retorcido en la carretera, paso al lado para ver si es cuerda, soga o serpiente. Si es autovía hay mayoría de cuerdas y sogas, incluso alguna correa de vehículo. Si la carretera es rural, la mayoría son serpientes. Si lo antes descrito cruza la carretera de un lado a otro, normalmente a gran velocidad, guardo una distancia prudencial y en ningún caso intento atropellarla, aunque sea una cuerda!

Algo parecido a una sensación de impotencia le embarga a uno cuando ante un cruce de caminos, o en una carretera, no hay manera de comunicarse por no tener una lengua común. Yo por mi parte, no soy capaz de hablar tailandés, y a veces, conociendo la palabra, no puedo hacerme entender con mis cinco vocales de a bordo. Ellos con sus veintisiete vocales tienen tal registro, que una pequeña diferencia en la pronunciación es un abismo lingüístico que les hace imposible entenderte y que tú tan siquiera puedes apreciar la diferencia.
La mayor parte de sus palabras son monosilábicas, y con eso pueden decirlo todo. No os imagináis la cantidad de sonidos diferentes que salen por esas boquitas. Lo que para nosotros sería una diferencia imperceptible en un sonido, para ellos es una palabra totalmente diferente. Por otra parte, volviendo a la carretera, la gran mayoría de los thais son incapaces de leer un mapa. Incluso pudiendo leer los nombres de los lugares en thai, son incapaces de saber donde se encuentran en él, mucho menos decirte por donde tienes que ir. Esto con respecto a los mapas locales, pero incluso en el mapamundi de Bilbao, la gente, exceptuando el Sudeste Asiático, no sabe ni donde se encuentra Australia, que es uno de los facilitos.
Cómo echo de menos Latinoamérica a la hora de preguntar en la carretera! Echo de menos hasta preguntar en Francia!

Cuanto me gustaría acompañarte. Un saludo.