Meditación Vipassana 2

Retiro en Suan Mokkh

PRIMER DÍA DE AUTOS

«Es lugar más allá de la imaginación

encantado para el corazón, donde florecen las rosas,

y murmuran las fuentes, donde la tierra

es rica en flores de todos los colores; y el almizcle

flota sobre las suaves brisas, el jacinto

y las lilas ofrecen su perfume; las doradas frutas

hacen que las ramas se doblen.»

Firdawsi

Purificadoras tareas diarias

Meditación Vipassana en el monasterio de Suan Mokkh

A las 4:00 sonaba la campana. A pesar de la dureza del lecho en que yací la noche anterior -que seguía siendo la misma noche-, dormí bien. A pesar de haber dormido bien, me levanté con sueño. Desde los diferentes dormitorios, procesiones de pupilos se dirigían a la sala de meditación en silencio. Incluso los ecos de la fiesta de Nochevieja se habían desvanecido ya. Los thais no son tan ruidosos ni trasnochadores como otros… y no miro a nadie. Nos esperaba el Gran Abad.

Subido en su tarima y sentado en posición de loto, el abad lanzó un mensaje encriptado. Entendí retazos como «niú yía» -new year- y «niula» -new life- «niula» sin acento en la «a» y todo junto. El Gran Abad no estaba por poner las cosas fáciles. Pero lo que no llegué a entender fue «biti nin, biti nau», que repetía constantemente, como un mantra.

Por la noche volvió a haber discurso y el mantra volvío a repetirse una y otra vez: «biti nin, biti nau». ¿Qué sería aquello? Como nadie decía ni mú por causa del voto de silencio, no había a quien preguntar, además estaba la barrera idiomática. ¿A quién me podía dirigir que me entendiera con frescura para poder romper la barrera de hielo y que no fuese traumático: a un ruso, a una alemana, a un rubio y apuesto holandés, al afrancesado francés, o al griego? Porque eso era hielo y no lo que cubre la Antártida. ¿Cómo se rompe eso?

Entre los pupilos, hay dos con una cara de español que no pueden con ella, y uno ya sé de fijo que lo es. Es el que ronca a la hora de la siesta. En la sala de meditación es de los «impedidos», los que no pueden sentarse en el suelo en cojines. Es el único que está sentado en silla con respaldo, los demás están en taburete. Me temo que este está impedido por gordo, vago y maleante, no porque tenga ningún problema de articulaciones. Por cierto, la silla no sé de dónde la consiguió pero se la llevó él mismo a la sala. Con dos cojones, sí señor. Además, es el único que yo sepa a quien han pillado haciendo una pifia, el primer día! De ahora en adelante le llamaremos «Patato», porque eso de «el español» suena mal. Así está el país, y Grecia tampoco me extraña como está viendo manejarse al griego, que es vecino de cuarto. Resumiendo, que si yo no me enteré del mantra «biti nin, biti nau», Patato con las siestas que se pega, menos. Ni se me pasó por la cabeza preguntarle a él, antes le pregunto a la que creo que es sueca.

A las 5:30 clase de yoga y tai-chi. El profesor yo creo que es chino, y es todo un nervio. Andará rondando los 65 happybirthdays, y es capaz de poner la pierna donde muchos no llegarían ni con el brazo. Cuando hace los movimientos de tai-chi parece que navega por el aire. Es una seda china. Además se le entiende cuando habla en inglés, aunque con sus cositas de chino: tumolou es tomorrow, spílit es spirit, lídem es rythm. Esto a veces da lugar a confusión, de todas maneras, ninguna posible confusión empaña el placer de asistir a sus clases. Me siento como el chaval de «Karate Kid» y también como Vicky el Vikingo: estoy entusiasmaaaaado!!!

En la clase de yoga-chi casi todo muy bien, excepto que está al lado de la cocina y el viento curiosamente sopla para allá. El delicioso olor del arroz aromatizado del desayuno llegaba sin piedad hasta nuestras pituitarias de aprendiz de pequeños saltamontes. Todos salivábamos como perros de volatineros. Todavía quedaba casi una hora para el desayuno.

Del «Hall 3», el de yoga, partimos al «Hall 5», el de meditación, donde estuvimos medi-dormitando hasta la hora del desayuno. Yo lo estaba pasando realmente mal; tenía mucha hambre, primo. Los monjes meditando en la tarima y nosotros medi-dormitando en los tatamis, menos Patato, que directamente DOR-MÍ-A en la silla. Aprovechando que los monjes meditaban con los ojos cerrados y seguramente no me verían, me dieron un par de veces ganas de gritar así rapidito y alto… Breakfast!!, pero me contuve. Seguro que algún pupilo se chotaba de quien había sido, como en el cole.

El desayuno muy rico, arroz con verduritas. La comida es vegetariana, como no podía ser de otra manera. Dentro de las cláusulas de admisión en el retiro monacal está la de «no matar«. Se refiere a ningún animal por minúsculo que sea, ni mosquitos. El personal respeta la norma, pero solamente en público. Intramuros, en las habitaciones, es habitual escuchar a gente dando palmas, y no creo que aquí haya mucho aficionado al flamenco, con lo que se supone que la gente se dedica un buen rato a aplastar todos los mosquitos que pueda. También tenemos «prohibido» cantar, bailar, escuchar música, utilizar dispositivos electrónicos e imagino que tocar las palmas también lo estará, aunque no hayan hecho mención expresa a esto último.

Después del desayuno, tenemos aproximadamente una hora y media que dedicamos a hacer la tarea que cada uno tiene encomendada para el correcto funcionamiento de la comunidad, y el resto, que tampoco es mucho, de libre disposición. Yo lavé ropa, me di un par de chapuzones en las piscinas de aguas termales -probé las dos-, y me aseé para al menos no oler. A Patato se le oía roncar.

Sala de meditación

Vamos al Hall 5 y de allí nos llevan al Hall 3 para explicarnos cómo se medita caminando. Primero nos explicaron como debíamos caminar, después como meditar. El tipo lo explicó con paso de caracol, y la gente se lo tomó al pie de la letra. Después de la teoría, la práctica… otra de zombis. Había que ver a ciento cincuenta y ocho personas caminando como auténticos zombis cada uno en una dirección, jardín arriba, jardín abajo. Los brazos, eso sí, alineados con el cuerpo, no extendidos hacia adelante como hacen los zombis, pero todos con la mirada perdida y controlando la respiración. Cada paso les llevaba entre diez y veinte segundos… cada paso!!!

Eso también hay que vivirlo. Te lo pidio expresamente, lector…. intenta imaginarte todo ese gentío caminando como pensándose cada paso, unos con la mirada perdida y otros mirándose los pies. Patético. Alguno se balanceaba porque no sabía andar tan despacio. De cine. Otro y yo caminábamos a nuestro ritmo, más lento de lo habitual para no desentonar mucho, pero a un paso que si te ven por la calle no te miran raro. A cualquiera de estos otros caminando como caminaban por el jardín si lo ven en la calle, se lo llevan a algún sitio, no sé adónde pero se lo llevan. Al día siguiente explicó que también se puede caminar ligero y pensar a la vez…!!! Pero si pasear se ha hecho toda la vida! Parecía que todos se habían olvidado de ello.

Cuando dejamos el Hall 5 para las explicaciones, dejamos también un monje sobre una tarima meditando, casi dos horas después el tipo seguía ahí. No se había movido ni un milímetro, pero ni uno, como si fuera de piedra. Desde luego su mérito tenía. Y más meditación. Yo entretanto de oración, rogando que llegase la hora de la comida. Joder qué mañana más larga!!!

Y llegó la hora. Diferente arroz con diferentes verduras, unas picantitas y otras no. Y postre. Todo muy rico. Los postres aquí son casi siempre con verdura que almibaran, y muchas veces los sirven en leche de coco. Me lo como todo.

En el tiempo libre de después, acabé de lavar la ropa que traía sucia y me eché una cabezadita. Probé incluso la almohada de madera… Como si fuera de piedra!

Y vuelta a la sala de meditación. Audición grabada de un yanqui budista que había pasado por, o se había formado en Suan Mokkh. Y a poner en práctica la lección. El día estaba siendo duro y el cambio de horario afecta, y mucho. Yo estaba que me caía del sueño, cuando de repente oígo un ruido sospechosamente conocido que ese no era de un pájaro, o sí, depende como se mire. El que medita a mi lado estaba roncando totalmente sopa en postura de medio-loto, Qué capacidad! Afortunadamente el tiempo de meditación acabó sin que nadie se desplomase.

Malahierba

De allí fuimos al Hall 2 a practicar cánticos budistas, pero no todos. Quien quisiese podía seguir meditando, o practicando la respiración consciente, incluso hubo gente que lo hizo y se quedó. De todo tiene que haber.

El canto budista no me convence… donde esté «Una espiga dorada por el sol» que se quiten los cánticos budistas; sosos hasta decir basta. Desde luego Asia no se distingue por sus músicas y entiendo porqué. Ni sal ni pimienta a la hora de cantar. Los cantos budistas son como el sonido de un taladro, como el eje de un carro sin engrasar.

Los ejes de mi carreta

Y llegó la merienda. La merienda era un chocolatito aguado. Después de la comida del mediodía no es conveniente que los meditantes tomen alimentos sólidos. Hay que tener en cuenta que para las 12:00 ya llevamos ocho horas levantados. El saber que no vas a comer hasta el día siguiente crea una ansiedad que te lleva a comprar comida antes de ingresar en el retiro, que es lo que hice y me consta que ni mucho menos fui el único. Cositas para picar. Hay que tener cuidado con la comida porque como te la localicen las hormigas, pasas de tener cero de ellas en la habitación a tener un regimiento perfectamente organizado. Esto le pasó a Papanatospoulos el segundo día, que fue cuando las hormigas le localizaron un coco de estraperlo que tenía en la habitación. Lo malo de esto es que la procesión de hormigas pasaba por enfrente de mi habitación y de la de un francés que está al lado. Al pasar al lado del reguero de hormigas, siempre hay alguna que se sube al pie, y las jodidas pican sin que se las provoque. No dejan marca, ni duele, pero es molesto.

A las hormigas, al contrario que a los mosquitos, intento no matarlas… al menos si sueltan rápido. El francés se chotó a el monitor, Josi, de que el griego la había liado. Josi le pegó la bronca al griego quien una vez se hubo ido el anterior, salió afuera de la habitación a limpiar un machete de 30 cm. que llevaba consigo, esgrimiendo una mirada asesina hacia el francés y hacía mi. Sabía que alguno de los dos se había «chotao«, pero no sabía quien. Macarra y tonto hasta la médula. A Papanatospoulos le convendría meditar profundamente.

Después del descanso de la «merienda», más meditación. La meditación se basa en el control de la respiración, y la sala, a pesar de estar abierta por sus cuatro costados, apestaba a repelente de insectos. La gente viene bañada en él, además, como no se puede matar, se curaban en salud. Yo no me había echado repelente, pero allí el mosquito que se acercaba, daba media vuelta rapidito. Vamos, que no había quien respirase ni se concentrase con esa peste. Yo me pregunto si la gente no piensa lo que se está echando sobre la piel. Hay veces que los mosquitos son legión y hay que echárselo para que no te coman. Por mi parte, prefiero restringirlo a las justas y necesarias. La lógica es muy simple: si un mosquito, y diez también son capaces de picar sin compasión a una persona que lleva tres días sin ducharse -y no hablo por mi, que también-, ¿qué tiene el repelente que es todavía más fuerte? Todos sus componentes son absorbidos por la piel. Hay repelentes naturales que son efectivos. En Brasil tenía localizados un par de ellos que eran realmente eficientes. Aquí parece ser que hay de aceite de eucalipto y de citronella. Habrá que preguntar.

Cuando finalizó la meditación con charla previa del abad –biti nin, biti nau-, meditación caminante colectiva. Hasta ahora no sé si he explicado que los hombres y las mujeres estamos juntos en el retiro pero no revueltos. Ellas tienen sus dormitorios, y nosotros los nuestros. Estamos en un monasterio, esto no es el Camino de Santiago. En el comedor ellas están en unas mesas y nosotros en otras, así como en la sala de meditación ellas están a la derecha y nosotros a la izquierda, o al revés.

La meditación colectiva nocturna constaba de dos filas diferenciadas por sexo. En cada una de ellas ochenta personas. Caminábamos alrededor de los estanques, donde habían dispuesto velas sobre soportes. Todos en silencio, a paso de caracol, parecíamos la Santa Compaña. Si nos hubiera visto el bandido Fendetestas o cualquier otro gallego, no pararía de correr hasta Lalín. De verdad, para verlo y vivirlo. Joder que día más largo, y más lento!!!

Continúa…

 

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